11 de abril de 2011

LAREDO (I)

Si hay algo tremendamente arraigado a mi memoria de los 80 son mis vacaciones de verano. Siendo una pre-adolescente, el periodo estival se convertía en una ilusión anhelada todo el año. Y no por la novedad del "¿adónde iremos este año?", sino precisamente por la rutina. Sabía perfectamente que en Agosto me iba a Laredo.
Eso se traduce en que era una niña muy afortunada. Mientras el resto de mis congéneres sevillan@s se derretían al calor de los 40º, o con algo más de suerte se buscaban un apartamentito en la costa de Huelva o Cádiz, mi padre cogía su coche (primero un fantástico Seat 850 y luego un campeón Opel Corsa TR de los que aún recuerdo hasta las matrículas) y allá que nos íbamos toda la familia ( a veces hasta con la abuela incluida) a cruzar España de punta a punta. Todo esto por carreteras nacionales, utovías inexistentes y sin aire acondicionado, claro. Y alguna vez incluso con cangrejos de río vivos y coleando en una bolsa de red debajo del asiento del conductor. 


Fueron tantos años veraneando en Laredo, viviendo tantas anécdotas que he pensado en incluirlo como tema recurrente en la blog. Y es que 20 años de vacaciones dan para mucho. 



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