
¿Quién no se acuerda del Blandi-Blub? ¿Ese moco verde (luego evolucionó a otros tonos, rojo, amarillo...) con el que me podía pasar horas enteras jugando y que en realidad no valía para nada?
Creo que como tod@s l@s de mi generación, adoraba arrancar un cacho y pegármelo en la nariz, para pasearlo (y para disgusto de mis padres) por toda la casa e incluso en la calle, si quería "impresionar" a mis amigos. Era especial, se podía dividir en mil partes, pegarlas de nuevo y amasarlas hasta formar de nuevo la masa viscosa. El olor, metido en mi cerebro hasta el fin de los días era también asquerosillo... y el tacto......puaaaaagggg....era como tocar una rana, siempre fría y mojada.....

Supongo que el placer básico, a fin de cuentas era tocarlo y tocarlo, cada vez como si fuese la primera, sorprendiéndonos con la viscosidad, la humedad y todas esas "cualidades" que tenía.
Eso sí, al igual que los Gremlims, teníamos que seguir una norma estricta si no queríamos que el juguete se transformara en su hermano malo y feo: cerrarlo her-mé-ti-ca-men-te después de cada uso (especialmente si el uso era antes de acostarte), porque si no hacías eso ocurría lo inevitable: el moco verde se secaba, se convertía en una especie de gelatina dura y maloliente, con infinitas burbujas vacías ya de "vida" y resultaba casi imposible despegarlo de su envase (en condiciones normales, el blandi-blub se deslizaba cual serpiente hasta la mano con solo volcar el bote).
Un recuerdo desde aquí a ese gran compañero de trastadas ochenteras. Tu olor quedará para siempre conmigo...
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